Mientras esto ocurría en los laboratorios, el 11 de febrero del año pasado, el virus fue bautizado como SARS-CoV-2 y dos semanas después asustaba a Italia y el resto de Europa; el 6 de marzo se conoció el primer caso en Colombia, en una mujer proveniente de Italia, y 5 días después –el 11 de marzo–, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia.
Por su parte, la maratón de las vacunas continuaba y ya el 16 de marzo Moderna anunció que había empezado ensayos clínicos de su vacuna experimental en humanos. Para mediados de abril, Sinovac-Biotech daba a conocer que su biológico era eficaz en monos. Y el 20 de ese mismo mes, otras cinco empresas realizaban ensayos clínicos y al menos otras 70 transitaban por etapas preclínicas con sus proyectos.
Promediando julio del 2020, la pandemia cobraba más de 600.000 muertos en el mundo y Colombia bordeaba los 7.000, a la par que Moderna y Pfizer –ambas con la plataforma de ARNm– anunciaban ensayos de eficacia y seguridad en sus vacunas. Para entonces, China se rezagaba un poco en la carrera, al parecer por el éxito evidenciado en el control de la pandemia con medidas no farmacológicas.
Por su parte Rusia, sin dar mayores detalles sobre su producto, se convirtió en agosto en el primer país en aprobar una vacuna contra el covid-19 para uso en emergencia: Sputnik V. Aunque para entonces solo había sido probada en unas pocas decenas de personas, su aplicación se autorizó en personal sanitario, maestros y trabajadores sociales. En ese momento las sospechas sobre Sputnik V eran fuente de debate en círculos políticos y científicos que a la postre, dados los excelentes niveles de eficacia y seguridad evidenciados, resultaron infundadas.
También en agosto, el Invima en Colombia aprobó el ensayo clínico para fase III de la vacuna desarrollada por Janssen, la compañía farmacéutica de la norteamericana Johnson y Johnson. El protocolo definía probarla en 60 mil voluntarios de 6 países. Diez centros nacionales participaron en el estudio.
Ya para noviembre Pfizer, Moderna y AstraZeneca lanzaban al viento los resultados de la efectividad de sus vacunas, todas por encima del 90 por ciento y con efectos secundarios mínimos. Para entonces, las tres firmas avanzaban a pasos agigantados con la producción industrial de estos biológicos a fin de cumplir con compromisos adquiridos con los países financiadores y con quienes habían realizado acuerdos desde mitad de año.
El 8 de diciembre, el Reino Unido inició la vacunación con el producto de Pfizer/BioNTech y se convirtió en el primer país en comenzar la lucha masiva de carácter profiláctico contra el covid-19. Estados Unidos aplicó las primeras dosis el 14 de diciembre, y el 27 del mismo mes los países de la Unión Europea hicieron lo mismo.
Mientras esto ocurría, el 18 de diciembre el Gobierno colombiano anunció la compra de 40 millones de dosis de Pfizer y AstraZeneca (20 millones de cada una) para vacunar 10 millones de adultos, lo que se sumaba a la adhesión que ya se había hecho el 30 de octubre a la estrategia multilateral Covax para separar otros 20 millones de dosis, con lo que se completó la cobertura para 20 millones de personas.
Entre enero y lo que va corrido de febrero, más países en todos los continentes han iniciado sus inmunizaciones en medio de las dificultades propias de un mercado de alta demanda y en el que los países ricos han exigido a las farmacéuticas el cumplimiento prioritario de sus acuerdos, lo que ha desequilibrado de gran manera la distribución de estos biológicos en contra de los países de economías medias y pobres.